La muerte, la vida y la solidaridad



He elegido esta foto para ilustrar algunas de mis ideas sobre la muerte.
Ésta no tiene por qué ser oscura y falta de color.
Todas las pertenencias que hayamos acumulado se quedarán en el mundo de los vivos.
No tenemos por qué irnos solos, uno de nuestros mayores temores, partir solo.
Y quizás, representada por el reloj de Dalí, el tiempo es inexorable y a todos nos llega nuestro momento.
Una disertación filosófica sobre la muerte está más allá de mis conocimientos.
Por tanto más bien pretendo presentar ejemplos de nuestra vida actual que nos puedan hacernos repensar la idea de la muerte y cómo la afrontamos.
Primer ejemplo, y siento aprovechar un tema de actualidad.
La situación de alarma sanitaria que hemos vivido a causa del Coronavirus, no era para menos.
Si bien yo mismo como médico he llegado a comparar la cantidad de fallecidos por el Covid-19 con el de otros años por la Gripe Estacional, había tres razones para estar muy preocupado, la cantidad de fallecimientos por el Covid-19 se produjeron en un espacio de tiempo mucho menor que los producidos por la Gripe estacional, la tasa de contagios por Covid-19 ha sido mucho más rapida que en el caso de la Gripe, y el Covid-19 si bien se ha mostrado mucho más letal con ancianos y pacientes con enfermedades graves de base, también ha matado a adultos jóvenes e incluso a niños. Si añadimos a estos tres puntos la ausencia de una vacuna que si hemos tenido para la gripe estacional. Y también añadimos el efecto de la histeria y el pánico que pueden producir la confusión por recibir tanta información y tan contradictoria por los medios de comunicación y las redes sociales. El drama estaba servido.
Y digo drama, porque los españoles han vivido durante dos meses con aunténtico miedo a la muerte.
Pánico.
Mucha gente cree que era un acto de solidaridad salir a las ocho de la tarde a aplaudir a los sanitarios.
Eso no es solidaridad. Es como creer que haces una revolución sentado enfrente de tu ordenador.
Aplaudían porque tenía simple y puro miedo, y el verse los unos a los otros les daba esperanza de que iban a seguir vivos veinticuatro horas más. El alivio de sentirse parte de la tribu, tribu a la que no han saludado en su vida en las escaleras de su casa.
Solidad es la vecina de balcón que sabe que vives solo y te regala un día una botellita de vino, otro día un pastel casero de su país, que habla un rato contigo, es dejarle mi perrita a su madre para que la pobre pueda salir un rato a la calle.
Se que de esta verdadera solidaridad también ha habido.
¿Pero no es triste que la muerte nos tenga que acechar para que decidamos ser solidarios con quienes nos necesitan?
Y por si alguien se lo pregunta, no, yo no soy el más solidario de los humanos.
Pero he dedicado mi vida a estar en contacto con gente enferma, algunos de ellos cerca de la muerte, algunos murieron en mis brazos. No importaba como estuviera yo de ánimos, o si estaba agotado tras veinticuatro horas de guardia. Supongo que eso no es solidaridad, al fin y al cabo es mi trabajo, mi vocación, yo mismo lo elegí, diría algún cínico.
Estuve un año ayudando en Médicos del Mundo, mientras aún me recuperaba de una larga depresión, intercambiando jeringuillas usadas por jeringuillas estériles en los barrios marginales de mi ciudad.
Siempre he estado suscrito a alguna ONG pagando mensualmente una cantidad modesta.
Y claro, me queda irme al África a ayudar, por una cama y comida, mi sueño de toda la vida.
No pretendo, Dios me libre, que todos seamos muy solidarios, pero sí un poquito.
Que no tenga venir una situación casi apocalíptica como el Coronavirus, para plantearnos que, ya que todos, antes o después, nos vamos a morir, nos llevemos como recuerdo no solo a nuestros familiares y amigos queridos, sino también, a todos aquellos desconocidos a los que ayudamos de manera completamente altruísta.

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