El juego al revés

Todos coincidimos en que ponerse en los zapatos de la otra persona es muy importante, pero poco lo hacemos.
Yo lo voy a hacer, aquí y ahora.
¿Y por qué?
Pues porque desde mi punto de vista todavía tengo demasiadas incógnitas por despejar.
Y puede que poniéndome en los zapatos de la otra persona llegue a resolver alguna de ellas.
Además para quizás comprenderla mejor y no culparla de algo de lo que probablemente no tenga culpa alguna.
El principio.
Chico encuentra chica, hablan y hablan y se gustan, se gustan mucho.
Al cabo de pocos meses ella se muda a vivir con él.
Al cabo de un año tienen un hijo maravilloso.
Hasta ahí todo más que perfecto.
El chico comienza un periodo revolucionario en que de repente desea cambiar la sociedad que le rodea, eso dura medio año largo en el que entre su trabajo y su lucha social, le queda poco tiempo para su recién formada familia.
Tras un tremendo fracaso, normal cuando intentas cambiar una sociedad en tan corto periodo de tiempo, su frustración y su genética tendente a la depresión, y una depresión de la que no puede salir en tres años y medio, a pesar de múltiples antidepresivos diferentes, provocan un cambio total en la vida de la chica.
Y aquí es donde me meto en los zapatos de ella.
Ella comprendió y apoyó el brote revolucionario y social del chico, durante los últimos meses de embarazo y los primeros de lactancia materna.
Pero entonces el chico se transformó bruscamente de una persona habladora, expresiva y divertida, que le hacía reír con facilidad, en un ser completamente diferente, ya no hablaba, ya no era divertido, lloraba y apenas era capaz de cuidar de su bebé, de baja en el trabajo, pasaba la mitad del día durmiendo en la cama.
Lo único que hacía en todo el día era darle el baño a su bebé, porque así sentía que mantenía un pequeño lazo con éste y con la realidad.
Mientras tanto, la chica cuidó del chico con cariño y amor, sin una sola queja nunca, e hizo todo lo demás, cuidar del crío, amamantarlo de día y de noche, trabajar cuando se acabó el periodo de maternidad, mantener la casa limpia y ordenada y obligarme a ir a las comidas familiares cada dos semanas. Y sonreír. No dejó de sonreír.
Pasamos dificultades económicas porque a mí se me acabó la cobertura de la baja/paro y ella a pesar de su licenciatura no lograba encontrar un trabajo regular y/o digno.
Pero logramos salir adelante. Bueno ella lo logró.
Al final salí de la depresión y pronto conseguí un buen trabajo aunque estaba lejos de casa por tanto mis jornadas pasaban a ser de 7 a 9 horas.
De nuevo en sus zapatos, la chica podría en esos momentos ver los cielos abiertos; había recuperado al hombre del que se enamoró, éste había conseguido trabajo y podían estar más tranquilos, el chico le iba a ayudar con la casa y con el crío.
Pero no sucedió exactamente así.
Ella comprobó como económicamente estábamos más tranquilos.
Pero eso fue casi todo.
Primero sucedió algo en ella que quizás ni ella misma haya comprendido.
Durante los tres años y medio que estuvo cuidando como si de una enfermera se tratara de una especie de zombie, con el atractivo de un sapo y con conversaciones que irremediablemente acababan en la muerte, la chica, lógicamente, fue perdiendo la poderosa atracción que un día había sentido por el chico. Hacía tiempo que había dejado de escuchar lo que éste decía porque siempre era deprimente, se habituó a no escucharle.
Se habituó a no esperar nada bueno viniendo de él. Una de las consecuencias fue, si bien continuaba dándole besos y abrazos al chico, el sexo tal y como lo habíamos conocido durante el primer año dejó de existir.
El chico siempre le había dejado claro a la chica que él nunca consentiría en tener sexo si ella realmente no lo deseaba. No le interesaba un sexo para descargar energías acumuladas. Sólo ese sexo que tuvimos al principio y que nos hacía sentir tan cerca, tan unidos.
Y la chica me hizo caso, su libido desapareció y no volvimos a tener sexo, a excepción de algún día cuando inesperadamente su cuerpo le recordaba su instinto reproductivo.
Y la chica comprobó como el chico, en lugar de hacer un esfuerzo por reconquistarla de alguna forma, se encerró en su ordenador, a escribir, al Internet o jugar a juegos de ordenador.
Es cierto que el chico cuando volvía del trabajo tras 7 horas trabajando y dos horas de conducción en coche, estaba cansado. Pero la chica también estaba cansada, y siguió ocupandose de la casa y del niño.
Nunca he logrado saber en que momento dejó de quererme.
Pero poniéndome de nuevo en sus zapatos, la respuesta es más que clara, en cualquier momento tras el nacimiento de nuestro hijo, durante mi locura de lucha social, durante los tres años de depresión, durante los tres años posteriores de no depresión pero de pasividad por mi parte.
¿Y si un día le hiciera la pregunta correcta?
Cariño ¿Por qué no me dejaste antes?

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