Breviario de las estupideces de mi vida

Introducción.

Este escrito supone ser una narración realista sobre todas las grandes estupideces de mi vida.
Pero eso no sería del todo cierto, teniendo en cuenta que con el tiempo, los años, solemos rellenar los huecos de nuestra memoria con invenciones de nuestro propio cerebro, mecanismo por el cual nuestra mente nos protege de la horrible sensación del posible inicio de un Alzheimer.
El escrito tiene dos objetivos fundamentales, el primero, el citado de la memoria, siempre he tenido mala memoria, pero nunca he sabido si era por un defecto en mis conexiones interneuronales o por simple pereza. Con este escrito, seguro que lo descubriré.
El segundo objetivo es de crear mis propias tablas de los mandamientos, pero sin un límite concreto, toda y cada una de las estupideces que no debería volver a repetir en la vida.
El título no es precisamente muy comercial para un libro, lo de breviario es, por supuesto una ironía, porque creo que va a dar para muchísimas paginas. Por otra parte el título suena más a película de Hollywood sin demasiado presupuesto, para echarse unas risas.
Dentro de las estupideces que voy a ir enumerando y detallando, nunca va a haber espacio para las excusas ni para posibles explicaciones por edad, sexo, ideología política, ni siquiera el temible efecto de las hormonas ni trastornos psiquiátricos varios.
Una estupidez es lo que es: acción u omisión de algo que deberías saber perfectamente que es erróneo.
Una última advertencia a posibles lectores: esto es el relato de los peores momentos de mi vida, por lo que, ante cualquier tipo de crítica, consejo o intento de coaching sobre mi vida, responderé con bloqueo inmediato. Solamente admitiré consejos y correcciones sobre la estructura, la gramática o la ortografía del relato.

1. Nacimiento
Sé perfectamente que no intervine ni decidí venir a este mundo, ni el momento.
Es cierto que no sabía el mundo que me esperaba, pero dije que no cabrían excusas y definitivamente fue una estupidez no haberse quedado dentro de mi madre.
Por otra parte fue muy inconveniente nacer tras un pobre hermanito que murió al nacer.
Estoy seguro de que algo tuvo que ver con las relaciones con mis padres.
Empiezo fuerte, lo sé.

2. Niño soñador, extrovertido y gracioso.
A priori ninguna de estas características serían un problema para un padre moderno.
Pero mi padre no era moderno.
Mi hermano mayor fue siempre todo lo contrario, realista, introvertido y seco, igualito a mi padre.
Y por lo visto mi padre esperaba un clon suyo en cada uno de sus cuatro hijos.
En aquella época el concepto "diversidad" debía conocerse como mucho en Suecia o Noruega.
En ese sentido por lo menos no le di el gran disgusto de declararme gay, aunque debería haberlo hecho, nada más que por joderlo.
Menos mal que mi bendita madre era una adelantada a su época y entendió que su segundo hijo no era anormal, sino un niño especial (vamos, un niño normal de hoy en día).
Esta estupidez no fue consciente ni premeditada, pero marcó mi vida durante muchos años.
No cumplir las expectativas de tu padre, el Dios más tangible que tienes a mano, puede llegar a ser una sentencia para el desarrollo psicológico y emocional de un niño.
Y no, en aquellos años no había psicólogos infantiles ni se les esperaba.
La primera vez que fui a un psicólogo y tras un trauma importante en mi vida fue a los 35 años de edad. El daño ya estaba hecho y las estupideces se contaban ya por docenas.
De muy pequeño yo era al que vestían de faralaes y yo tan contento y feliz (tengo fotos y estaba guapísima), era el que decía tonterías en las comidas familiares y sobretodo, lo que más enervaba a mi padre, el que hacía demasiadas preguntas, mis hermanos callaban como putos. Por tanto quién se llevaba las mejores palabras, el mejor tono de mi padre; el anormal.
He de reconocer que gracias a mis dos hermanos menores y a mi a mi madre, no me dio por hacer la mayor estupidez que puede hacer alguien en vida.
Eso duró hasta los catorce años. En mi transición hacia el instituto, fui a un campamento de verano con chicos y chicas de doce a diecisiete años y con unos monitores de juventudes socialistas muy enrrollados.
Y de repente a los ojos de todos aquellos adolescentes y jóvenes adultos pasé de sentirme un anormal a sentirme divertido, sensible, valiente e inteligente. Mi curiosidad les pareció fascinante ¿?.
No sólo descubrí que los otros chicos me trataban con respecto, pude además tener conversaciones con monitores que me doblaban la edad.
Solo tardé 10 años en darme cuenta de que no era un error de la naturaleza, un poco lento de reflejos.

3. Granos, gafotas y otros complejos inútiles.
No sé si esto fue propiamente una estupidez mía o de los demás.
Sólo se que llegué al instituto con un acné galopante, unas gafas de pasta que me cubrían media cara un un pelo tipo casco nazi que creo tuvieron cierta influncia negativa en las chicas que me rodeaban, pero no se me acercaban.
Curiosamente, dos años después el acné fue remitiendo, me puse lentillas y adecenté mi cabello y voilá! No me convertí en el rey del instituto, pero empecé a hacer mis pinitos, y de repente las chicas no eran estratosféricas, eran de carne y hueso. ¡Si les hablabas hasta te contestaban!
Bueno, esta vez sólo tardé dos años en resolver mi estupidez.

4. Primera base, primera depresión.
Llegar a la primera base es un hito bastante estúpido que aprendimos en su momento de alguna película norteamericana para chavales imberbes.
Y a mis diecisiete añitos llegué a la ansiada primera base. Todos sin excepción estabamos obsesionados con ello. Pero es que además mi madre me había amamantado de sus generosos pechos durante más de un año, imaginaos mi atracción hacia aquellos símbolos de la época más feliz de mi vida. Mamar, mear, cagar, dormir y volver a mamar.
Pero mi estupidez no tuvo nada que ver con mis hormonas ni con mi más tierna infancia.
No tuve en cuenta que casi todo tiene su precio.
Y como yo siempre he sido muy desprendido no entré a evaluar el precio que iba a pagar.
La chica que me ofreció sus más preciados trofeos (y digo ofreció porque ante mi miedo, tuvo que animarme ella misma), era una persona con un trastorno de personalidad de libro.
Por aquellos tiempos yo ya quería ser médico, pero no tenía ni idea de medicina y mucho menos de psiquiatría.
La relación se complicó mucho con una dependencia importante de ella hacia mí.
Y sí, yo quería salir con chicas, por todavía no pensaba en casarme.
Empecé a disminuir mi rendimiento en los estudios, hasta que decidí acabar con la relación.
Y en mitad del hall del instituto, montó un drama y, llorando como una madalena, me dijo literalmente: "mi abuela acaba de morir y mis padres no me quieres, si tú me dejas me quedan sólo dos opciones, o irme al psiquiátrico, o irme de esta vida."
Obviamente, con diecisiete años, no estaba preparado para reaccionar ante algo así, así que le dije que lo sentía y me fui para casa.
Pero durante el camino hacia casa ocurrió algo que iba a cambiar mis futuros meses y provocaría que repitiera un año de instituto.
Cuantas más veces escuchaba las palabras de aquella chica, más culpable me sentía. Y los quince minutos que tardé en llegar a mi casa bastaron para que me imaginara las mil maneras en que ella podía cumplir su amenaza, lo cual me convertía a mí en un asesino.
A partir de ese día empecé a sentir cosas extrañas, como mi corazón palpitando a toda velocidad, como no sentir que me quemaba la mano al ponerla sobre el radiador caliente, como no entender lo que me decían mis padres, como no poder dormir de día y dormirme en clase. Ya no sonreía. No tenía ganas de ver a mis amigos. Y yo también pensaba tangencialmente, casi sin ser consciente, en abandonar esta vida.
Al fin mis padres me llevaron al médico. Obvio, tenía una depresión.
Mis padres sorprendidos y consternados, casi la toman con el propio médico, ¿Cómo era posible que un chico de diecisiete años tuviera una depresión?
Nuestro médico de cabecera de entonces era un hacha, tanto a nivel científico como como persona, y les dijo: "Su hijo tiene una depresión de caballo, y no suele ser raro que en el debut de la primera depresión se tengan síntomas psicóticos como sus alteraciones sensoriales e incluso las ideas de suicidio, pues para alguien que jamás ha tenido una depresión el nivel de sufrimiento es tal y el no tener la mínima idea de lo que le está ocurriendo, es un alivio saber que existe esa opción tan extrema. Más vale que me crean y empiecen a tratarlo como si estuviera enfermo, porque realmente lo está."
Tardé seis meses en recuperarme, con antidepresivos, y con el amor de mis padres y hermanos.
Voy reduciendo el tiempo de resolución de estupideces.
¿Cual fue mi estupidez aquí?
Muy claro, conocer antes los pechos de mi novia que a ella en si misma.


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