Dan las seis, recuerdos del pelo largo

 


Mayo 2013


He llevado el pelo largo muchos años, me encantaba sentir el pelo al viento, hacerme la coleta, cuando alguien me mesaba el pelo, la caricia duraba más...
Aquel Mayo del 2013, ya pintaba muchas canas, mi segundo hijo tenía apenas dos meses, tenía una pequeña familia, un grupo de amigos.
Y mi coleta me hacía sentir más joven.
Hoy me he despertado a las seis.
Y ya no existe nada de aquello, excepto mi hijo, durmiendo como un bebé que ya no es un bebé.
Son las seis de la mañana y tal y como ocurre últimamente, me despierto con ideas en la cabeza. Ducha y café y listo.
Sin haber aún salido el sol estoy ya plantado enfrente de la pantalla, mis dedos tecleando ideas.
La idea con la que me desperté era demasiado complicada como para intentar plasmarla antes de que mi hijo se despertara.
Y en efecto, se ha despertado incluso antes de su hora y me ha llamado.
Como estaba sentado en la terraza justo a las puertas de la habitación, sólo he tenido que abrir las persianas de madera. Y allí le tenía, semi incorporado, los ojos entreabiertos, el pelo alborotado, pidiéndome  que me sentara a su lado.
Se había despertado angustiado, de un sueño en el cual se despertaba, nos llamaba a su madre y a mi, y no contestábamos. Salía al salón y no había nadie.
Le he dicho que los malos sueños desaparecen cuando se los comprende.
Cuando él tenía 7 años, cuando le dijimos que papá y mamá se iban a separar, aún puedo recordar como si fuera ayer su cara de incomprensión, incredulidad y final de shock con el que arrancó a llorar desconsoladamente. Nos costó tiempo consolarle y que dejara de llorar, es dificil conseguir eso cuando tú mismo estás llorando.
Los siguientes días se resistió a creer lo que estaba pasando, casi tanto como yo me resistía a asimilarlo y aceptarlo.
Cuando su madre se fue por la puerta llevándoselo de la mano, ambos empezamos a sentir que aquello era real.
Aunque a mí me ha costado cinco años superar aquel hecho, duelo completo con depresión profunda incluida, 20kg menos y ser incapacitado para trabajar, al fin y al cabo soy un adulto y tenemos nuestras herramientas para sobrevivir a casi todo.
Pero con 7 años, no tienes herramientas. Mi hijo inevitablemente fue creando un temor angustioso a perder a su padre, a su madre, o a ambos.
Pero se adaptó rápidamente a la nueva situación, y su temor fue desapareciendo poco a poco, sobretodo cuando yo mejoré y pudo estar conmigo, y finalmente compartiendo la mitad de su vida conmigo. Y es un niño feliz.
Pero le he explicado que, si bien la mayoría de temores desaparecen cuando las cosas van bien, a veces hay algún temor que no desaparece del todo y se instala en una parte de nuestro cerebro escondida para nosotros. Y resulta que cuando nuestro cerebro sueña, a parte de imaginarse las cosas más inverosímiles, también tiene acceso completo a esa zona escondida de nuestro cerebro. Por tanto el sueño que le ha despertado esta mañana no ha sido más que el resultado de su travieso cerebro adentrándose en nuestro cajón de historias guardadas y ha sacado un recuerdo ya olvidado, uno que le produjo un angustioso temor, la misma sensación angustiosa con que se ha despertado. Y le he dicho, ves, ahora que sabes de dónde viene ese sueño, de un temor que en realidad ya no existe, si alguna vez tienes un sueño similar, ya no te despertarás angustiado.
Entonces me dice, eso está muy bien, pero ¿se puede hacer lo mismo con los miedos?
¿Pero a qué miedos te refieres?
Ya lo sabes, los que tengo a veces antes de dormir por la noche.
La verdad es que no sabría recordar si estos miedos aparecieron antes o después de la separación, así que el método psicoanalítico que había usado para su mal sueño, no me servía. Así que, sin darme cuenta, me he pasado a la aproximación cognitivo-conductual.
Le he he dicho que todos tenemos miedos, y el miedo en principio es una herramienta clave en nuestra supervivencia, si no tuviéramos miedo ante un león entrando en nuestra casa, probablemente acabaríamos siendo el rico festín de un león que no volveríamos a ver jamás. El problema es cuando tenemos miedo de algo que no existe, o si existe no constituye ni por distancia ni por tiempo una amenaza para nosotros.
En ese caso, ese miedo, cuando nos da problemas, hay que afrontarlo.
Claro, él me ha mirado como pensando, eso suena fantástico pero ¿cómo se hace?
Mira, no me has querido o podido decir a qué le tienes miedo cuando te vas a dormir por la noche, así que deduzco que tiene que ser algo como la oscuridad, el silencio y sus ruiditos, la soledad y todo lo que puede aparecer de entre ellos.
Y me miró con cara afirmativa.
Pues bien lo primero que tienes que hacer es ponerle un nombre a tu miedo y darle forma la forma que quieras. Es difícil luchar contra algo tan indefinido y abstracto como la oscuridad o el silencio. Obviamente podríamos encender la luz o ponerte una radio al lado de tu oreja, pero así no te dormirías.
Es curioso que, desde hace mucho tiempo le dejamos una pequeña lucecita, especial para el tema de la oscuridad, pero nunca le ha servido de nada, nos hemos tenido que quedar casi todas las noches sentados a su lado hasta que se dormía. Supongo que esa lucecita tenue, no mejoraba las cosas porque proyectaba sombras.
Pues bien, decidimos darle forma humana a su miedo, como un bebé cabezón desde su nacimiento. Le ha llamado Cabezón. Luego yo me he inventado toda una historia desde su nacimiento hasta su llegada al colegio. Nos hemos reido mucho entre las historias que yo contaba y los añadidos que hacía él. Un montón de situaciones cómicas. Yo tenía la idea de que él siguiera durmiendo un rato, pero claro tras tanto reirnos se ha desvelado por completo.
Y entonces, viéndolo tan contento, he aprovechado y le he dicho, recuerda cuando te vayas a dormir pensarás en Cabezón y en vez de tener miedo, una sonrisa o incluso una risa se dibujará en tu cara.
Me ha dado un fuerte abrazo y me ha dicho que me quería, luego de un salto ha salido de la cama y ha preguntado si se podía pegar una ducha ;).
Esta entrada suponía ser triste, un intento de análisis de la razón o razones de que a pesar de haber amado mucho en mi vida, estaba solo a los 55 años.
Quizás no estoy tan solo.
Quizás la soledad no aparece cuando pierdes a un amor, más bien cuando no tienes cerca a nadie, aunque solo sea una persona, que te quiera y se preocupe por ti.


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