El agridulce sabor de ser un padre

 Educar a un hijo es algo mucho más complicado y duro de lo que muchos padres creen. Y no me refiero a la idea idílica de la paternidad que todos hemos tenido mientras esperamos que nazca nuestro primer bebé.

Me refiero a los padres que consideran educar a un niño cosa fácil.

Obviamente descarto a los padres que maltratan física, psicológica o emocionalmente a sus hijos.

 Ya me referí a estos padres en una de mis primeras entradas de este blog, y sigo pensando exactamente lo mismo. Si para poder conducir un coche o una moto debes pasar un test técnico y una prueba práctica ¿Cómo es posible, lógico o razonable que a los futuros padres no se les enseñe los básicos conocimientos teóricos y prácticos de la educación y cuidado de un niño? ¿Por qué es tan chocante la idea de que los posibles futuros padres debieran pasar algún tipo de prueba que confirmase que han adquirido esos conocimientos? Teniendo en cuenta que en esos tests se podrían fácilmente añadir preguntas cuyas respuestas pudieran ser analizadas por psicólogos especializados en maltrato infantil. ¿No mataríamos dos pájaros de un tiro? ¿Educando a los futuros padres y detectando padres potencialmente maltratadores? Y finalmente ¿Por qué nuestra sociedad se ha convertido en la sociedad de la prevención, con reglas estrictas de tráfico, con multitud de tests preventivos de salud, con multitud de dietas preventivas, con la obsesión por un ejercicio regular para prevenir mil y una patologías, y no somos capaces ni de ponernos a pensar que se debería crear algún tipo de programa preventivo para el maltrato infantil?

¿Puede se que en esta sociedad tan individualista, del placer inmediato, y el hedonismo ininterrumpido, del consumismo compulsivo, de la ansiedad de quedarse sin algo que hacer, esclavos de nuestro trabajo, no nos quede ni un minuto para pensar que todo ese sistema preventivo que rezamos por que nos mantenga sanos, parte de eso, que estamos sanos?

Muchos niños maltratados no llegan a adultos y los que llegan, llegan marcados con trastornos mentales que les impiden una vida normal, sana. Éstos no piensan en prevenir, ya están enfermos. Como mucho sobrevivir. Probablemente no tendrán parejas sanas, ni familias sanas, ni mucho menos niños sanos...

Cuanto más lo pienso, más me avergüenzo de la especie humana.

La gran mayoría de especies animales saben instintivamente cómo criar a sus crías, a protegerlas. Y por supuesto no las maltratan (salvo excepciones).

Todo esto a mí me parece de cajón. Pero no lo es tanto para la gran mayoría de futuros padres. Simplemente porque ninguno de ellos ha sido víctima o testigo de un maltrato infantil o incluso del asesinato de un niño por uno de sus padres.

Invocan a su sagrado derecho a la paternidad. Es algo privado, íntimo...

Pero ¿Qué es más importante el derecho a la paternidad o el derecho a la vida, una vida segura, digna y feliz de un niño?

 De hecho con una buena educación y leyendo literatura al respecto, sigue siendo difícil, porque cada niño es un individuo diferente, como nosotros mismos, y no todo lo que se le puede aplicar a uno tiene por qué servir para otro. Por el mismo motivo de individualidad, conocer a un niño, conocerlo de verdad, no es cosa tan fácil. Mucha gente no hace ese esfuerzo, se quedan en la superficie del comportamiento del niño y no van más allá. Es mucho más fácil intentar moldear la personalidad del niño a tu gusto, por las buenas o por las malas, que indagar, preguntar, conversar, observar, para darte cuenta de que tu niño es como es, con sus virtudes y sus defectos, y no como tu desearías que hubiera sido.

Ya lo he dicho, y me repito, no es nada fácil. Los padres tenemos unas expectativas, que como todo en la vida, no tienen por qué ajustarse a la realidad.     Queremos que sean buenos y agradables, simpáticos y cariñosos, inteligentes y estudiosos, fuertes y valientes, etc. Y muy en el fondo, aún los más preparados para educar y criar a un niño, casi inconsciente nos encantaría que este niño se pareciera a nosotros (en lo bueno claro, como si los genes supieran discernir la bondad de la maldad).

Y no es fácil aceptar que nuestro niño no cumple esas expectativas.

Pero resulta que, aunque parezca una perogrullada, un niño con peores genes (que expresen inteligencia, bondad, valentía, generosidad, etc) con una buena educación puede resultar un niño más competente, cariñoso, generoso y feliz que un niño con genes comportamentales e intelectuales más positivos pero que ha recibido una educación pobre.

Porque sabemos perfectamente que la personalidad de un individuo se crea en base a un componente genético y otro educativo/social en un porcentaje que no se ha logrado discernir. Y eso es exactamente lo que pasa con un niño, no importa la genética que tenga, si tiene una buena educación familiar (en valores éticos, en empatía. en altruismo y generosidad, en interacción social, en reafirmación de sus virtudes y habilidades, en su propia aceptación como individuo válido e importante) no importa si se licencia o no, no importa si consigue el mejor trabajo o no, el niño tendrá la confianza para encontrar su camino y seguramente llegará a ser feliz.



Comentarios

Entradas populares