El polvo del amor

Tradicionalmente ha sido tremendamente difícil definir lo que es realmente el amor.
Más aún si cabe, el desamor.
Concebí este blog como si de un nido de ideas se tratara.
Mis ideas y las de otros que pasaran por él.
Con ganas de inventar, sin fronteras ni  límites a la razón.
Sin pretender ser erudito en nada, pero con todo el derecho a expresar mis pensamientos, confrontarlos con los de otros y de ese modo enriquecernos.
Y va todo este preámbulo, porque para escribir sobre el amor verdadero y su desamor inevitable, quizás debería leer manuales del amor, miles de novelas, tratados y tesis sobre ello.
Pero no me apetece.
Ahora mismo me apetece fluir en esta entrada sin más que mi corazón en vías de cicatrizar sobre multitud de cicatrices ya indoloras, a su vez insensibles.
Si me leyera un psicólogo bien avezado, probablemente me diagnosticaría de Personalidad Dependiente, con rasgos hedonistas y masoquistas al mismo tiempo.
Quizás lo sea. Pero eso sería medicalizar algo que es inmedicalizable; el mal de amores no es ni un síntoma, ni un signo, ni un síndrome, ni un trastorno.
Aunque cualquiera que lo haya sufrido podría asimilarlo a una auténtica enfermedad.
Al igual que algunos han definido al amor como una locura transitoria.
Y sin venir a cuento, cazo al vuelo una pregunta que martillea las neuronas mientras escribo.
¿Hay alguien que pueda explicarme cómo es posible que habiendo amado tanto haya acabado tan sólo?
¿Es que no se amar?
¿Es cuestión de mala suerte? (mi muestra es muy pequeña dentro de los 3.500 millones de mujeres habitando esta planeta)
No me importa estar solo .por propia elección.
Pero mi soledad ha sido impuesta.
La pérdida de una familia propia ha añadido dolor.
Pero el mayor dolor ha sido el de darse cuenta de que esa persona que adoras, ha dejado de quererte, y no ahora, sino hace tiempo. Una situación surrealista. Haber estado queriendo a una persona que ya no te quería sin que te dieras la menor cuenta.
He intentado ponerme en sus zapatos, y tampoco debe haber sido fácil, mis muestras de amor al tiempo que ella fingía  las suyas, me debía ver como una pobre versión del hombre al que amó alguna vez.
Y sí, reitero lo que le he dicho a alguien esta mañana, estoy dejando atrás la fase de negación del duelo y me voy adentrando en el de la aceptación.
Porque aunque aún hay momentos en el día en que aún siento la punzada bien adentro, noches en que me despierto sudoroso no recordando el sueño pero sí sintiendo que ella estaba en él, días en que por momentos no me siento merecedor del amor de nadie, porque no merecí el de la persona que mas quería.
Porque aún con todo ello, ahora el dolor es menor, y eso me permite pensar con más calma, dejado atrás sentimientos destructivos como el odio, el rencor, la culpa, el desprecio, el desgarro con una realidad demasiado dolorosa para poder aceptarla.
Quizás el duelo se haya alargado un poco por dos razones, una, por tener que verla muy regularmente por un hijo en común, y dos, por la intervención del alcohol en la ecuación.
En el punto más álgido del dolor, el vino apareció como mi gran salvador, me anestesiaba al tiempo que me embravecía, me achispaba al tiempo que me sumía en sueños y sopor, perfecto para sentir menos, o para no sentir nada. He podido atajarlo a tiempo. Pero no me avergüenzo de ni una sola de las gotas que bebí.
Lo necesité en su momento para cegar mi corazón a toda la desesperación, a la autocompasión, a la envidia, al egoísmo, al egocentrismo, a mi debilidad, mi sentimiento de inutilidad, a todo lo negativo que vomitaba por cada poro de mi piel.
Nadie comprenderá jamás lo que he sentido, al igual que es casi imposible definir el amor y el desamor, y si lo multiplicas por 7.000 millones de personas únicas.
Desde el principio me hice muchas preguntas, que nadie contestó.
Y cual niño pequeño con su curiosidad intacta, pregunta una y otra vez cuando se le ordena hacer algo que va en contra de sus pequeños principios.
Me quedé en loop preguntándome por qué, cuándo y cómo.
Al principio pareció ser algo negativo y autodestructivo.
Pero con los meses, y dándome cuenta de que no iba a recibir ninguna respuesta, hice de forma natural lo que una amiga me había sugerido, llegar a esas respuestas desde mi interior.
Así finalmente le he encontrado respuestas a todas las preguntas. Quizás no sean las correctas, las reales, pero son mis respuestas, mi realidad. Refundidas para poder salir de la negación y abrazar la aceptación.
Al tiempo, he hecho un cambio radical en mi día a día.
Estoy instaurando el orden, la organización y la planificación, algo que no había hecho en toda mi vida.
Hago listados de tareas por prioridades y voy tachando, mucho más de lo que podía creer que sería capaz.
Curiosamente este gran cambio podría haber salvado mi relación, pero resulta que el sentido ha sido el contrario, el haber perdido el "amor de mi vida", el haber perdido mi pequeña familia, me han hecho reaccionar, replantearme mi vida, mis hábitos, mi actitud.
Y en definitiva, aunque haya perdido tanto, he ganado, he recuperado vida, como un riachuelo seco recibiendo  las primeras aguas del otoño.
Sólo estando solo podía hacer este cambio.
A la sombra de mi diosa jamás lo habría hecho.
Y con la aceptación viene la gratitud. Gratitud a la diosa que no respondió a mis preguntas, por la razón que fuera (quizás ella tampoco las tenía) y con su silencio , me vi forzado a hacer un cambio si quería sobrevivir, perdón , vivir.
A veces escribo con un objetivo bien definido. Pero esta noche sólo necesitaba escribir.
Tormenta de ideas,
Pero antes de que amaine la tormenta, retomo el hilo y el título de la entrada.
¿Qué es el amor?
Un polvo. Un polvo que puede picar, quemar, sofocar, si lo pones en el orificio correcto puede incluso hacerte sentir en el Olimpo, si entra en ti del modo erróneo puede dolor sin el suficiente lubricante.
¿Y el desamor? Pues igual , pero al revés, de dentro hacia fuera.
Y no, solo duele el corazón, el polvo del amor afecta al cuerpo entero.
Por eso tras un desengaño amoroso, mucha gente opte intuitivamente por huir en cuanto sientan, huelan u gusten ese polvillo travieso que nos puede atravesar el alma.



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